En la etapa infantil, el aprendizaje es un proceso absorbente y sensorial. Los niños captan el mundo que les rodea principalmente a través de lo que ven. En este contexto, surge una pregunta fundamental en la educación temprana: ¿Qué es mejor para el desarrollo infantil: exponerlos a imágenes reales o sumergirlos en mundos de fantasía?
La fantasía: un mundo mágico...¿pero confuso?
No cabe duda de que los dibujos animados, los cuentos de hadas y los personajes ficticios captan la atención de los niños. Estimulan su imaginación, despiertan emociones y los entretienen. Pero cuando hablamos de aprender sobre el mundo real, la fantasía puede no ser la mejor aliada.
Los niños entre los 0 y 6 años están en una etapa conocida en Montessori como de mente absorbente, donde todo lo que ven, oyen y tocan es internalizado como verdad. Si ven una vaca púrpura en un dibujo, o un plátano con cara que habla, su mente lo registra como una posibilidad real.
Esto puede generar confusión en conceptos básicos, especialmente cuando están aprendiendo a reconocer animales, objetos cotidianos, profesiones o lugares.
La realidad: el poder de las imágenes reales
Las imágenes reales (fotografías auténticas de personas, objetos y escenarios del mundo real) ofrecen a los niños una comprensión precisa y concreta. Les ayudan a construir un marco de referencia sólido sobre cómo es el mundo que los rodea.
Realidad y fantasía: ¿enemigas o aliadas?
La idea no es eliminar la fantasía, ya que la imaginación es una herramienta cognitiva y emocional poderosa. Ayuda al niño a explorar, crear, expresar, conectar y soñar. Pero en etapas tempranas, la prioridad debe ser la realidad.
Un enfoque equilibrado puede ser:
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Usar imágenes reales para enseñar conceptos concretos (animales, alimentos, profesiones, emociones).
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Usar la fantasía en momentos de juego libre, cuentos o expresión creativa.
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Diferenciar claramente entre lo real y lo imaginario (“Esto es un dibujo. Así es en la vida real”).
Conclusión: Realidad y Fantasía, dos pilares del aprendizaje infantil
En el desarrollo infantil, realidad e imaginación no compiten, se complementan. Cada una cumple una función vital que, bien equilibrada, enriquece profundamente la experiencia de aprendizaje de los niños.
La realidad ofrece estructura, seguridad y comprensión del entorno. A través de imágenes reales, los niños aprenden a nombrar lo que ven, a reconocer su entorno, a observar con atención y a formar conceptos claros y duraderos. Esta base concreta es esencial, sobre todo en los primeros años de vida, cuando la mente está formando su “mapa del mundo”.
La fantasía, por otro lado, abre las puertas de la creatividad, la empatía y el pensamiento abstracto. Mediante historias, juegos simbólicos y mundos inventados, los niños exploran emociones, resuelven conflictos internos y desarrollan la capacidad de soñar, planear e imaginar futuros posibles.
Lejos de ser opuestas, la realidad y la fantasía son aliadas: la realidad da raíces, la imaginación alas.
Educar con ambos recursos —mostrando el mundo tal como es, pero dejando espacio para inventarlo de nuevo— forma niños curiosos, conscientes, empáticos y creativos. Porque comprender lo real y ser capaces de transformarlo es, en esencia, lo que mueve el aprendizaje y la vida.